La triste mirada del migrante

 


A finales del siglo diecinueve y principios del veinte, Estados Unidos fue el más grande receptor de migrantes europeos provenientes de Italia, Irlanda y Alemania. La hambruna, condiciones infrahumanas, persecución política y falta de oportunidades motivaban abandonar sus países de origen. Las dos guerras mundiales del siglo pasado alimentaron aún más el deseo de migrar. La mayoría huían aterrorizados, a duras penas con tan solo la ropa puesta. Dejaban familia, costumbres, apacible entorno y creencias religiosas nostálgicamente atrás. 

 

El “holocausto” judío, el más grande genocidio cometido contra la población judía alemana, orquestado por Heinrich Himmler, siguiendo la visión de una raza superior de Hitler, fue capítulo sin antecedentes. Como animales los prisioneros eran llevados a campos de concentración, privados de libertad y posteriormente asesinados en cámaras de gas o fusilados sin misericordia.

 

Durante los últimos sesenta años, América Latina, sufre fenómenos similares. Fidel Castro, y su sequito de seguidores, convirtieron a Cuba en la más grande prisión. En la bella isla no se conoce la libertad. La expresión espontanea de la personalidad es perseguida. Sin juicio, ni imploración de derechos humanos, el castigo severo es la muerte por fusilamiento, amparada cínicamente por la Constitución.

 

El mas reciente episodio lo hemos atestiguado excepcionalmente con el éxodo de venezolanos. De los más de siete millones de desplazados, por lo menos la tercera parte han encontrado refugio en nuestra nación. A diario vemos familias enteras en los semáforos, en las calles ambulando y suplicando ayuda para soportar el exilio. Al igual que en los anales de la historia, el enceguecido régimen destruyó, con falsas ideologías, la bienaventuranza, bienestar y desarrollo, del país más próspero de América Latina.

 

Diariamente atestiguamos la desesperanza, temor, pánico, ansiedad e incredulidad que sienten los seres humanos perseguidos. Imágenes que nos hastían como maléfico recordatorio permanente de historia universal de maldad. Espeluznantes escenas dantescas, que jamás serán olvidadas son permanentes. 

 

Encumbrados en la ostentación de poder, obnubilados en fantasmagóricas, complejas y destructivas personalidades son dictadores responsables del horrendo galimatías que vivimos.

 

Colombia no puede caer en el abismo. Es momento crucial para fortalecer nuestra firme convicción democrática de libertad. Es nuestra responsabilidad acompañar la ejemplar institucionalidad que como nación hemos forjado. No podemos dejar al libre albedrío los cantos de sirena que equivocada y diariamente escuchamos.

 

La desolada y penetrante mirada del migrante desplazado, sin ocultar su tribulación, es reflejo palpable del espejo que como colombianos empezamos a fraguar y sentir.

 

El despertar colombiano apenas comienza. No podemos ser inferiores a nuestro legado. Unidos jamás seremos vencidos. 

 

Inconsolable sería deambular por el mundo con la acongojada y triste mirada del migrante desplazado que ha perdido su hogar, su patria y su estima.


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