EL PRIMER PASO TRANSFORMADOR ES RENOVAR EL CONCEJO

 


Los órganos directivos de cualquier empresa, pública o privada, se componen de tres calificados estamentos de gobierno y administración. Los accionistas, quienes son representados en las asambleas generales y quienes a su vez nombran el consejo o junta directiva, y este en casi todas las ocasiones nombra el representante legal o superior jerárquico administrativo. En las corporaciones públicas, lo mismo ocurre. La Asamblea de accionistas es el electorado o constituyente primario. En elecciones, el votante calificado mediante su voto elige a quienes considera serán sus representantes y que actuarán responsablemente como junta directiva del respectivo organismo. A diferencia de las empresas privadas, el primer mandatario, en lo público, es elegido mediante proceso electoral e independiente.
Los aberrantes casos de corrupción que hoy vive la ciudad de Cali no son responsabilidad única del gobernante, sus inmediatos colaboradores y los perversos fantasmas que rondan las instituciones. Igual, o quizás mayor responsabilidad recae en el Concejo Municipal o mal llamado Distrital. La principal función de este órgano legislativo es precisamente de control político. Velar por los intereses de la ciudadanía y sus representados. Corresponde a esta institución estudiar, analizar y aprobar juiciosamente las iniciativas presentadas por la administración. Cuando así lo requiera su deber primordial es ejercer control sobre lo actuado y ejecutado amparado bajo el estricto cumplimiento de la norma y la ley.
En el actual periodo, el concejo municipal, con excepción de tres, máximo cuatro concejales, quienes actuaron en defensa de la ciudad, aprobaron a rajatabla las perversas iniciativas del alcalde. No podemos, a estas alturas, pensar que tan ilustres representantes fueron engañados o equivocadamente inducidos al error. 
Aprobar un endeudamiento que supera la capacidad de pago del contribuyente y compromete vigencias futuras hasta la próxima década fue la primera alarma del siniestro carrusel. Por otro lado, permitir cambios en el objeto social de los entes descentralizados, con el maléfico plan de burlar la norma de contratación fue el segundo pecado capital. 
El nombramiento, mediante absurdos, irrisorios y amañados procesos de selección, de los directores locales de entes de control, se ha convertido en burla al intelecto de la ciudadanía. Los mayores actos de corrupción jamás son debidamente investigados por estos organismos. Siempre ocultan su independencia camuflando su actuar en cientos de inocuos pequeños procesos de apertura de investigación, generalmente dirigidos contra los enemigos de las pirámides políticas que los designaron. En los tres años transcurridos del presente periodo, ni una sola vez, se ejerció control sobre las palpables, temerarias y escandalosas actuaciones del alcalde y sus más cercanos funcionarios, destapadas vergonzosamente por los medios capitalinos.
Así las cosas, la ciudadanía, ese constituyente primario, debe reflexionar sobre quienes realmente los representan. Ha hecho carrera, que los doce mil votos que, en promedio, se necesitan para ser elegidos, se consiguen, a través de unas microempresas electorales con maquinarias aceitadas por puestos y contratos, los cuales son irrigados entre ese número de votantes. Las promesas de cambio, transparencia, vigilancia del bien común, son frases imaginarias publicitarias de campaña, que jamás son cumplidas. La permanencia por periodos, y para algunos cabildantes décadas, lo único que han asegurado son puestos decisivos, para su empresa electoral, con capacidad de seleccionar contratistas del mismo grupo, quienes a su vez, son los grandes contribuyentes de sus campañas.
Este círculo vicioso hay que romperlo.
En 1977, por actuaciones similares, el periodista cubano, nacionalizado y adoptado por la ciudad, José Pardo Llada, acolitado y brillantemente acompañado por el escritor Gustavo Álvarez Gardeazabal, lograron cambiarle la cara al Concejo Municipal. En las elecciones presentaron una lista de ciudadanos comprometidos con un verdadero cambio. El Movimiento Cívico logró ocupar siete escaños. Pardo Llada se había colocado de último en la lista para empujar a los primeros integrantes. 
Fue para la ciudad un aire fresco de primavera, ante la incertidumbre histórica del momento. Se fortaleció el ejemplar civismo de la ciudad. La alegría de sus gentes, belleza natural y folklore tropical la llevaron a ser envidia nacional. Las empresas municipales, las mismas que hoy son saqueadas por corsarios clandestinos, eran modelo de eficiencia estatal. Los sectores de salud, educación y formación deportiva superaban la media nacional. La ciudad registraba bajos índices de criminalidad y la limpieza era orgullo ciudadano. Cali era el utópico Shangri-La de ciudad soñada, epicentro de unión de todos sus habitantes.
Es momento de repetir la historia. De las cenizas, que está dejando el actual concejo y la administración Ospina, debe levantarse como el ave mítico Fénix, un nuevo movimiento cívico que permita cambiar la vergüenza nacional que es Cali.
No es momento de componendas ni de luchas de poder. Es un momento decisivo que definirá la historia de la ciudad. 
Un buen concejo y un excelente alcalde son posibles. 
Volvamos a soñar y convirtamos ese sueño en realidad.

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