Se despierta el León dormido

 

El arresto domiciliario del expresidente y senador Álvaro Uribe proferido por la Corte Suprema, sin entrar a calificar la justa o injusta decisión, es un acontecimiento político de inconmensurable y trascendental impacto.


Para algunos observadores es calificado como un triunfo de la izquierda colombiana, la cual ha permeado los altos tribunales ideológica y políticamente. Para otros es considerado la gota que rebosa la fragilidad independiente debería ostentar el poder judicial colombiano, cuya función es garantizar la paz y seguridad ciudadana fundamento inequívoco del estado de derecho.

 

Las aireadas reacciones inmediatas de indignación o celebración del hecho son muestras de la inestabilidad institucional de un país que había entregado democráticamente su esperanza de construir una infalible y duradera convivencia pacifica.

 

Las multitudinarias expresiones en las principales ciudades del país de marchas vehiculares, ordenadas, disciplinadas, cívicas, de respeto al bien publico, expresaron apoyo y solidaridad al ex presidente y actual senador. Mostraron un profundo dolor patrio e intensa preocupación ante la complejidad del incierto futuro de la nación.

 

La estólida decisión desenmascaró la debilidad de los tres poderes independientes que conforman el estado de derecho constitucional.  

 

Por un lado un poder legislativo ajeno a la necesidad de su población. Engolosinado por las mieles del efímero poder que otorga dadivas burocráticas y componendas, naufragando en el profundo océano de corrupción. Un paquidérmico poder judicial que se dejó llevar al abismo de la corrupción, traicionando su misión de equidad, a cambio de “treinta monedas de plata” y asumiendo nocivas e irresponsables posturas ideológicas. Un poder ejecutivo inmovilizado por la enigmática maraña estrechamente tejida por los otros dos poderes.

 

El acontecimiento, mas que vencedores y vencidos, ganadores o perdedores, izquierdas o derechas esta generando un renacer en el pensamiento colectivo.

 

La apatía e indolencia con respecto al acontecer político nacional empieza a incitar búsqueda de soluciones practicas y pragmáticas. Los infundados discursos populistas y posturas recalcitrantes del llamado a un régimen autoritario militar derechista, dos bandos opuestos, quedan en entredicho.  

 

Los sueños de prosperidad, desarrollo y fortalecimiento de la inmensa pero silenciosa mayoría, de una población digna, trabajadora y emprendedora no pueden transformarse en horrenda pesadilla. 

 

La reacción en el mediano plazo será trascendental en la historia del país. 

 

El constituyente primario, el ciudadano que con su voto puede cambiar estructuralmente el estado como hoy lo conocemos, saldrá en las próximas contiendas a votar en conciencia, con su balota calificada e inteligente, clamando por los cambios que la actual coyuntura demanda.

 

Estamos presenciando el despertar de un león dormido

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