De la Sucursal del Cielo al Infierno de Dante

 


Pasaron cincuenta años de la fiesta que vivió Cali como sede de los Juegos Panamericanos de 1971 a los Panamericano Junior celebrados este mes de diciembre. En ese entonces la ciudad era la envidia de las demás capitales colombianas. La dirigencia política, empresarial y deportiva habían unido esfuerzos para mostrar que cuando se quiere, se tiene voluntad y se sueña, todo se puede lograr. 

Desde 1967, cuando se anunció Cali había sido seleccionada como sede, la ciudad empezó una inusitada transformación. Se consiguieron recursos de la nación, los cuales, sumados a tributos municipales y contribución por valorización, administrados prístinamente, fueron suficientes para construir los escenarios deportivos. 

 

Los recursos alcanzaron para entregar los primeros edificios de la Universidad del Valle de la sede Meléndez, edificios que sirvieron como la villa panamericana de alojamiento de deportistas complementado por una moderna cafetería. Más de una veintena de obras de infraestructura embellecieron y modernizaron la ciudad. Se estreno el aeropuerto de Palmaseca, el Hotel Intercontinental y las zonas verdes lucían su esplendor tropical.

 

Pero quizás, lo mas importante, se sintió un civismo sin precedentes. Un amor por la ciudad, por sus conciudadanos y amabilidad hospitalaria a los visitantes. Las ordenadas y disciplinadas filas para subir al transporte publico y a los escenarios, el respeto por las normas de trafico, la sonrisa del caleño, la belleza de sus mujeres, el extraordinario entorno cordillerano, verdor del valle y sus bellos ríos, fueron apenas algunos atributos que consolidaron el adagio de Sucursal del Cielo. 

 

Medio siglo después, cuando pensamos que con las justas deportivas de los Panamericanos junior, retornarían algunos de esos otrora atributos, presenciamos como la ciudad había pasado del cielo al mismo infierno escrito por Dante Alighieri en su obra universal “Divina Comedia”.

 

Las paredes de espacios públicos, en vez de lucir mensajes de bienvenida, alborotadas con expresiones de odio en adefesio grafitero.  Obras inconclusas, después de muchos años en construcción, ante la desidia de la administración publica, desafiada y enceguecida por la corrupción. Un servicio de transporte publico vandalizado, estaciones destruidas y sin doliente para su reconstrucción. Cientos de semáforos apagados, sin señales de reparación. Mendicidad abrumadora, bebes, infantes y niños usados como escudo de pobreza, sin que intervenga alguna de las decenas de burocratizadas agencias de protección de derechos humanos. Un civismo sepultado por la indiferencia, la indolencia y el odio de clases propiciado por la actual dirigencia política de la ciudad. Y la estatua del fundador sin subir a su pedestal, quizás como premonición de no querer ver su creación destrozada.

 

Quienes presenciamos la espectacularidad de aquellos juegos de 1971, cuanto nos duele la transformación de sucursal del cielo al infierno de Dante de esta bella ciudad.

 

“Soñé vagar por bosques de palmeras ...

Y era la época de la vaguedad y la ilusión

Y era cuando yo tenía veinte años y un lucero en la mano

Y era cuando la juventud como una savia azul me maduraba el corazón

Y la vida como una doble alondra cantaba a la altura de nuestros oídos

 

Y un año escrito en mis constelaciones

Cali me sucedió

me sucedió una venada blanca con su cinta azul

Y la palabra Cali, desde entonces, me perfumaba

el recuerdo, la poesía, la sangre, el tiempo y el verano

Y un nombre y otro nombre como un jazmín continuo

mi rostro perfumaba y mis sueños

Y ya era Cali un sueño atravesado por un río.”

 

Eduardo Carranza

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