Medellín, lección de convivencia ciudadana
Al igual que todas las ciudades colombianas, la ciudad y sus pobladores
fueron víctimas de episodios de violencia. Hace treinta años se debatía como
campo de batalla de la guerra demencial de Pablo Escobar contra la
institucionalidad del estado, sus socios y adversarios. La autoridad había
perdido el control de la ciudad y como la mítica ciudad Gótica el hampa reinaba
en su entorno.
Mancomunadamente, estado nacional, local y dirigencia recuperaron la ciudad.
Liberaron la población del yugo estigmatizante delincuencial. Como la
mitológica ave Fénix se fue levantando del letargo convirtiéndose en ejemplo de
resiliencia, superación y transformación.
De esa época, la cual todos queremos olvidar, donde la tasa de homicidios
fue superior a 320 por cien mil habitantes, la ciudad sumó, el año pasado, 577
homicidios, o sea 23 por 100,000 personas. Comparada con Cali, que no obstante
ha venido reduciendo la tasa, aún se debate en agresiones territoriales de
micro carteles, asociados con el narcotráfico, registrando una estadística de
51 por 100,000 personas en 2018.
Las nuevas generaciones “paisas”, huyeron en estampida, espantadas y
atemorizadas. Con el paso del tiempo y las buenas decisiones electorales en su
elección de gobernantes, la generación X retornó a su ciudad con
visión, emprendimiento, laboriosidad y concepto de ciudad innovadora global,
consolidando así su recuperación.
La ciudad vanguardista fue la primera en iniciar la solución del transporte
masivo integral con un sistema de metro, inaugurado en 1994, complementado con una
de las redes de aerocables más completas en América Latina, rutas de transporte
convencional y tranvía. El sistema moviliza aproximadamente el 55% del transporte
de pasajeros urbanos, registrando una cifra superior al millón de viajes
diarios, triplicando la movilización caleña del MIO.
La inversión en infraestructura del sistema, del cual todos somos
contribuyentes, es tan solo parte de la fórmula del éxito de movilidad de la
ciudad.
La base fundamental radica en la cultura ciudadana. El orgullo, afecto,
pasión y amor propio que siente los medellinenses por su ciudad es ejemplar.
Se sienten gobernados, respetan la autoridad, acatan la norma y renuncian a
la intolerancia.
El espacio público, señalización, andenes amplios y sus cruces, como los
soñados para Cali por Benjamín Barney, para disfrute de peatones es sagrado.
La incipiente infraestructura de ciclo vías, por la limitante de su
dificultad topográfica, atrae el uso de bicicletas públicas compartidas. Las
motocicletas, en número inferior a Cali, son respetuosas de la convivencia
motorizada. Los taxis cumplen la medida de bahías previstas para su parqueo
mientras esperan pasajeros. Los vehículos, públicos y privados, se abstienen de
aparcar en las vías, utilizando zonas de parqueo debidamente planificadas en
toda la ciudad.
Impresiona el concepto de movilidad donde el flujo vehicular no se ve
interrumpido por consabidos “pasos pompeyanos”, policías acostados,
proliferación semafórica o guardas de transito obstaculizando el flujo normal
de sistemas de glorietas. Los “azules” como son conocidos los agentes de tránsito,
son temidos por hacer cumplir rigurosamente el código de transito. El plan “Medellin sin huecos”, vigente desde hace dos decadas, mantiene en estado optimo su infraestructura vial permitiendo agilidad, funcionalidad y velocidad.
El civismo caleño, leyenda de otras épocas, fácilmente recuperable, fue
copiado en Medellín y encontró tierra fértil para convertirse en convivencia
ciudadana, amabilidad, respeto, tolerancia y amor propio por su ciudad.
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