Puebleando por Colombia

Viajar por carretera en Colombia es cada día mas agradable y placentero.
 
La agreste topografía cordillerana, cede ante una ingeniería nacional, comprometida en dotar el país con una infraestructura de dobles calzadas, viaductos y túneles, que permiten mejor visibilidad, seguridad y deleitable conducción vial.
 
Las concesiones viales, a su vez, han diseñado y dotado en sus trayectos amplias estaciones de servicios, algunas con hospedaje y la mayoría ofrecen bahías de descanso, gasolineras, restaurantes y baños. Las rutas tienen a disposición del viajero teléfonos de emergencia, grúas y ambulancias que permiten asistencia ágil y rápida.
 
Los avances tecnológicos incorporados a los vehículos como encendido automático de luces, mejorados sistemas de frenado, cajas adaptadas a la topografía y motores eficientes, ahorrativos y menos contaminantes, se traducen en condiciones mas seguras de conducción.
 
El complemento de sistemas de navegación, aplicaciones adecuadas al dispositivo inteligente, tipo Waze o Google Maps, apoyan el viaje con información del recorrido, tiempos estimados de llegada, alarmas de señalados “pare y siga”, demoras por construcción en la vía ofreciendo rutas alternas, valor de peajes, velocidad permitida y avisos de foto detección.
 
La multiplicidad de pisos térmicos que ofrece la geografía son experiencia sensorial para el viajero.

Atravesar la neblina en los altos riscos de montaña, visualizar picos nevados. en poco tiempo conducir paralelo a anchos ríos, con espesa y abundante vegetación tropical de verdor incomparable y minutos después encontrarse en zonas semiáridas son recorridos que solamente se aprecian por nuestras carreteras colombianas.
 
La zona andina, región otrora de valientes y desafiantes campesinos, que a pico y pala moldearon su topografía y con azadón encontraron la fertilidad de sus suelos, nos dejan un maravilloso, colorido y conservado paisajes silvestre del cual brotan aromas de flores y frutos frescos en medio de una sinfonia que ofrece nuestra singular riqueza aviar.
 
El paso del tiempo se hizo invisible. Las calles empedradas, con piedras de canto rodado de las quebradas que a su vez son manantiales de agua cristalina, engalanan la arquitectura de casas de dos pisos de balcones, de agraciada ebanistería decorada en individualidad de colores.
 
Las pequeñas poblaciones, de vocación caficultora y ganadera, con atractivas plazas centrales, adornadas con el árbol típico, sitio de encuentro obligado de amigos y enamorados enmarcados con monumentales templos son inconfundibles. Las típicas cafeterías, música de cantina de los bares esquineros, donde es común apreciar en sus calles los caballos y mulas del jornalero, de inconfundible olor a cultivo recién labrado y  sudor animal son atractivos sin igual. El comercio básico ofreciendo frescos manjares del campo, café con denominación de origen, ruanas, carrieles y sombreros, artesanalmente confeccionados, atendidos con amabilidad y dulzura, se tipifican a lo largo de nuestras tres cordilleras.
 
Entendieron sus pobladores que el turismo será recurso inagotable de recursos. La buena educación, amabilidad, alegría y sonrisas angelicales de los niños son la bienvenida que percibimos los habitantes de grandes urbes donde lo anterior se perdió en el afán de la vida cotidiana y citadina.
 
“Pueblear” se convertirá en verbo común para un turismo típico, autóctono y original.

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