Legislativo ausente de la realidad nacional


Cuando florecieron las obras literarias de Gabriel García Márquez, su estilo literario de mostrar lo irreal o extraño como algo cotidiano y común, encajó en el movimiento estilístico de realismo mágico introducido por el guatemalteco Miguel Ángel Asturias. 

 

Viviendo en Méjico acuño la celebre frase; “La primera condición del realismo mágico, como su nombre lo indica, es que sea un hecho rigurosamente cierto que, sin embargo, parece fantástico.”

 

Esta introducción nos lleva al acontecer de los días finales del actual periodo legislativo. 

 

Mientras el país se encuentra devastado, literalmente en llamas, después de soportar el fatídico, prolongado e irresponsable paro nacional y bloqueos, nuestros legisladores, en vez de debatir proyectos de trascendencia de frente a la anarquía reinante, se dedicaron a evacuar proyectos de ley superfluos.

 

Sin demeritar su importancia, proyectos como; debatir y aprobar el orden de los apellidos; otorgar por ley licencia laboral remunerada para las parejas que se casen; aumentar de una a ocho semanas la licencia de paternidad; regir las actividades en la exploración y utilización del espacio ultraterrestre, la luna y otros cuerpos celestes; el derecho a la gestión menstrual, entre otros, desviaron la atención de aquellos con profundidad legislativa.

 

Seguirán debatiéndose, ojala exitosamente; la aplicación de la cadena perpetua para violadores y asesinos de niños; la exigencia de un sello frontal en los empaques de productos considerados tiene exceso de azúcar, sodio grasas saturadas o edulcorantes (comida chatarra); la modificación frente a la sanción y destitución de funcionarios elegidos popularmente; la ley de vacunas; la reglamentación del trabajo en casa; la prohibición del uso del castigo físico a menores de edad; una política integral migratoria y ojala archivar el esperpento de incorporar constitucionalmente el Acuerdo de Escazú.

 

Quedan aun por aprobarse; llevar la justicia a la ruralidad, una extensión de la JEP agraria, y la tímida reforma a la justicia, la cual aparenta un incremento presupuestal sin modificar la estructura organizacional del poder judicial.

 

Se retiró la reforma fiscal, aunque a partir de la próxima legislatura se presentará una remozada reforma, pues a todas luces el estado carece de recursos necesarios para mantener los proyectos sociales, que por décadas han subsidiado la población marginada y de menores recursos, y el estrepitoso costo del tamaño del aparato burocrático estatal.

 

Se archivaron; proyectos de reforma de la Policía y de la salud, presionados por las bancadas opositoras y la presión injustificada del autonombrado Comité del Paro, sin que estos tuvieran los debates para conocer los alcances programáticos de mejorar la eficiencia del estado.

 

La polémica reducción de la jornada laboral, aun debatiéndose, le faltó mayor socialización, con detractores descalificando la evolución de tendencias globales, que han demostrado optimización de eficiencia empresarial.

 

¿Cuál será el futuro del país en el año electoral que se avecina? ¿En que quedará la reducción del congreso y el indispensable recorte de la abultada burocracia estatal?  ¿Dónde quedó el control anti corrupción? ¿Seguirá el estado navegando en océanos de mermelada? ¿Se reformará la constitución? ¿Por qué no se presentaron iniciativas creativas parlamentarias de reactivación económica y generación de oportunidades para la juventud colombiana?

 

Quizás estas ultimas preguntas no forman parte del realismo mágico de un legislativo ausente de la realidad que vivimos.

 

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