Cali debe retomar el rumbo perdido
Antes que la ciudad se desbocara en su acelerado crecimiento, causado por hordas de migrantes, desplazamientos de poblaciones huyendo inevitables fenómenos de la naturaleza, como los terremotos y maremotos de la costa nariñense finalizando la década de los años setenta, o la desmovilización masiva motivada por la inseguridad de grupos alzados, de las ultimas décadas, la ciudad de Cali se enorgullecía de un civismo inigualable.
La ciudad, y sus pobladores, habían estampado una cultura de amor por la ciudad. Se sentía orgullo en sus costumbres parroquiales, la amabilidad y alegría de sus gentes, la música, el baile, acompañadas de profundo respeto hacia las instituciones y pacífica convivencia.
Sin embargo, con el paso del tiempo, esa cultura icónica, que identificaba su gente y era modelo nacional, fue desapareciendo. La ciudad se convirtió en selva de concreto, cordones de miseria, caótica movilidad, ostentación de nueva riqueza, ajuste de cuentas de bandas criminales, conquista territorial e intolerancia, influenciados, en parte, por el impacto del dinero irrigado del narcotráfico.
Es el momento de hacer un llamado a los aspirantes, tanto a la alcaldía como al concejo municipal, aportando ideas desde esta tribuna. Cali debe retomar el rumbo perdido.
El primer paso indudablemente es generar espacios educativos de comportamiento y convivencia ciudadana a todo nivel. Las empresas prestadoras de servicios, a través de campañas de comunicación permanentes, motivaban la disciplina. “Una ciudad limpia no es la que más se barre, sino la que menos se ensucia”, “No desperdicie agua, sea ahorrativo”, “Respete las señales de tránsito”, “de paso a las ambulancias”, “siembre un árbol”, “respete las filas”, “no sea un vivo bobo” fueron algunas de las frases que por años acompañaron el civismo caleño.
Fue ejemplo de educación ciudadana, cuando en el parque del amor, al norte de la ciudad, la Secretaria de Tránsito había diseñado una maqueta a escala real de un parque temático de tránsito. Servía de enseñanza precoz en normas de tránsito, significado de señalización y respeto ciudadano.
Los caleños, ordenadamente hacían filas para abordar el bus. La administración municipal señalizaba y demarcaba profusamente la ciudad. La nomenclatura, identificación barrial y comunal, facilitaba la ubicación. Los cruces semaforizados no requerían autodetección de infracciones, pues las señales eran respetadas. No existía la agresividad de conductores, ni anarquía de motocicletas. El peatón y el ciclista eran lo más importante. La ciudadanía respetaba la autoridad.
La educación ciudadana de urbanidad y convivencia es el cimiento de la pirámide. Una población educada fácilmente puede ser regulada en normatividad y sancionar debe ser el último recurso. No sigamos invirtiendo valores. Cali puede volver a ser modelo de civismo.
La cultura de pertenencia es parte fundamental de bienvenida a este centenario cruce de caminos que forjó la riqueza de una población heterogénea y multiétnica de profundo respeto y amor por la ciudad.
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