La guerra comercial es una oportunidad para Colombia

 


El fervor patriótico norteamericano es admirable. En todos los rincones de su vasto territorio, desde la más modesta vivienda en sus apartadas planicies hasta la majestuosidad de rascacielos y monumentos de sus centros urbanos, orgullosamente ondea la bandera. Sus distintivas estrellas, representando los cincuenta estados y las 13 rayas rojas y blancas conmemorando el número de colonias iniciales que lucharon hasta lograr la Declaración de Independencia de 1776 simbolizan el estado de derecho democrático más representativo y antiguo del mundo. 

 

El regreso a la ciudad natal de soldados quienes han luchado, en cruentas guerras por su país y defender el principio irrefutable de libertad, son recibidos con honores y procesiones festivas de héroes nacionales. Se exaltan el orgullo patrio y respeto institucional a sus fuerzas armadas. Se celebra el retorno entonando marchas patrióticas como “Estrellas y Rayas para Siempre” (1896), “Semper Fidelis” (1888) o Washington Post (1888) escritas por John Phillip Sousa.

 

Esta pasión bicentenaria transformó, a lo largo de la historia, millones de multiétnicos migrantes, en búsqueda de libertades individuales, en ciudadanos de un solo país, quienes bajo el juramento de lealtad prometen ser parte de “. . . una nación, bajo Dios, indivisible, con libertad y justicia para todos.”

 

Fue precisamente este patrio ideario que el entonces candidato Donald Trump basó su campaña de “Hacer Grande a Estados Unidos Otra Vez” – Make America Great Again (MAGA).

 

A mediados del siglo pasado era el país más industrializado del planeta. Sus extensas pampas convertidas en despensa alimentaria mundial. Sus centros urbanos receptores de olas migratorias, baby boomers, nacidos entre 1946 y 1964, construyendo plataformas globales financieras, bienes y servicios. Ostentaban condiciones óptimas de libertad brindando prosperidad y bienestar a través de generación formal de empleo con adecuada remuneración, tributando respetuosa y disciplinariamente aportes fiscales para el bien común. Los recursos recaudados invertidos con transparencia, principios y valores en seguridad ciudadana, infraestructura, salud y educación.

 

Pero finalizando el siglo, la actividad manufacturera, especialmente los otrora gigantes sectores automotriz, auto partes, confecciones y tecnología buscaron mejores condiciones fabriles en otros continentes. Así inició un proceso de desindustrialización con el consecuente deterioro de comunidades. Condescendiente con un régimen arancelario permisivo y la importante capacidad adquisitiva poblacional se fue acumulando una colosal balanza comercial negativa. 

 

En vez de participar en onerosas guerras presenciales ajenas sacrificando vidas de los jóvenes norteamericanos y siendo coherente con promesas de campaña desató el nuevo escenario bélico de “guerra mundial arancelaria”.  Además, generará mayor tributo de beneficio fiscal, recursos que eventualmente pueden traducirse en incentivos para la reindustrialización y regreso del aparato productivo al país. 

 

Trump ha manifestado reiterativamente; Estados Unidos es para sus ciudadanos y son su prioridad.

 

Colombia por su mínima participación comercial comparativamente a países de la Unión Europea, Asia, especialmente China, no ha sido castigado arancelariamente con severidad. Pese a los TLC, los cuales fueron abolidos temporalmente, al país se le impuso una tarifa única del 10%, compartida por un centenar de países y socios comerciales de Estados Unidos, manteniendo equilibrio comercial.

 

La oportunidad de Colombia es privilegiada. 

 

Nuestros productos agropecuarios serán más competitivos. Café, flores, cacao, aceite de palma africana, azúcar, banano, frutales y hortalizas tendrán ventaja. Los sectores de confecciones y tecnología podrán competir en mejores condiciones en el mercado norteamericano por el incremento arancelario a los países asiáticos, hoy proveedores de grandes maquilas de ropa y fabricación de componentes tecnológicos. La exención arancelaria al sector minero de elementos preciosos; oro, cobre, hierro plata, platino, entre otros, son beneficiosos para Colombia. Los hidrocarburos impulsados para satisfacer la demanda energética y de combustible norteamericanas revelan circunstancia favorable histórica para nuestro país. Estados Unidos compra el 40% del petróleo colombiano, pero la equivocada ideología de no exploración y explotación va en contravía de la coyuntura.

 

El desafío de Colombia no es enfrentar la guerra comercial. Nuestro problema es la incapacidad gubernamental de administrar el reto. No hay ministro de Comercio nombrado en propiedad, la ministra de relaciones exteriores estrenando cargo, un recién nombrado ministro de hacienda, anunciando medidas arancelarias reciprocas hacia Estados Unidos, cuando el país arroja una balanza comercial negativa. No se vislumbra coordinación, ni articulación ente ministerios y los cientos de institutos descentralizadas para aprovechar la oportunidad ofreciendo condiciones crediticias de redescuento, proyectos de infraestructura vial y portuaria, estructurada y visionaria política agropecuaria, formalización del empleo, entre otros, que permitan proyectar un sostenible desarrollo social y económico. 

 

La mala hora de Colombia es tener la rama del poder ejecutivo, encabezada por el presidente, pensando en la contienda electoral del 2026, en vez de proyectar el desarrollo del país en el nuevo contexto global que, “sin querer, queriendo” el presidente Trump nos brinda.

 

Foto Cortesía Caliescribe.com


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