Imperdonable y censurable saqueo del Estado

 


Gustavo Petro fue candidato durante más de dos décadas. Después de su paso por el Congreso, cuya última vez logró en virtud de la norma electoral del estatuto de la oposición, que favorece a quien ocupa el segundo lugar en el proceso electoral presidencial, ocupó la curul en calidad de opositor.

 

En su larga trayectoria congresional, señalaba su voz crítica opositora a todas y cada una de las actuaciones de los gobiernos de turno. El día de la posesión de Iván Duque Márquez, declaró abiertamente que “Hoy somos la oposición al gobierno que Duque va a conformar, no porque queramos, sino porque consideramos que no es acertado su programa”.

 

Fue el llamado que concluyó unos años después en la vandálica protesta callejera conocida como “estallido social” (2021), que provocó la destrucción e incendio de bienes públicos y privados, asaltos a las estaciones de policía y el desafío a la autoridad constitucional. Fue la plataforma que utilizó hábilmente para triunfar en las elecciones de 2022, ofreciendo el “soñado cambio” que sus seguidores clamaban.

 

Sin embargo, tres años después de gobernar el país, lo que Colombia ha presenciado no es un programa estructural de gobierno, sino el más descarado e inaudito saqueo de las arcas del Estado en beneficio propio de su grupo cercano de colaboradores, amparado por una ideología abstracta e incongruente.

 

Durante la campaña presidencial se evidenciaron irregularidades en su financiación. A su hijo Nicolás se le atribuía la recepción de recursos vinculados al narcotráfico para favorecer el negocio ilícito. Fue tan evidente que la Fiscalía de bolsillo del mandatario no tuvo otra alternativa que procesarlo por falsedad documental y por manejo indebido de contratos, entre otros cargos. 

 

La misma campaña había aceptado ilegalmente recursos de sindicatos, pero quizás haber superado los topes permitidos indicaba que la narrativa del “cambio limpio” era tan solo una frase distractora.

 

Una vez posesionado, el ostentoso despilfarro, que hoy reclama una nueva reforma tributaria, se apoderaba de su administración. La desafiante vicepresidenta utilizaba los recursos de movilidad asignados para desplazarse en helicóptero desde su despacho hasta su residencia, ejerciendo dualidad en un ministerio desfinanciado, sin rumbo alguno. La ministra del deporte suscribió contratos cuantiosos e injustificados en la madrugada de su desvinculación. La primera dama contaba con un séquito de colaboradores, entre los que se destacaba el masajista personal que, por cuenta del erario, la acompañaba en todos sus viajes, nacionales e internacionales, en los aviones del Estado.

 

Quien fungió como la colaboradora más cercana del presidente culpó a la niñera de sus hijos del robo de un maletín en su residencia, con valioso contenido de efectivo de origen injustificado. Del bochornoso incidente aún retumban las palabras del Armando Benedetti amenazando con “contar” sobre recursos ilícitos recibidos en campaña.

 

La Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres (UNGRD) fue la plataforma utilizada por el gobierno del “cambio” para malversar aproximadamente $50 mil millones (equivalentes a tres reformas fiscales) destinados a la compra de legisladores. Fue tan obvio el desfalco que los presidentes del Senado y de la Cámara, así como funcionarios de la entidad, fueron privados de su libertad y exministros vinculados prófugos de la justicia.

 

Los más de setenta y cinco viajes presidenciales, la mayoría injustificados, confirmaban el derroche de las comitivas, a lo que se sumaban incalculables recursos destinados a embajadas, a funcionarios nombrados sin mérito alguno, a embajadores virtuales y a la ostentación de sedes temporales para determinados eventos promocionales.

 

Y recientemente, la suntuosidad de lujos en Suecia por parte de la “primera dama”, sin justificación salarial alguna y coincidente con la compra de aviones de guerra por $15 billones a ese país, a un sobrecosto entre el 70 y el 80% de su valor histórico, confirma que el país atraviesa la más deplorable y oscura etapa de su historia.

 

Colombia tiene la oportunidad histórica de corregir el rumbo de la ideología petrista de izquierda, incongruente, que nos quiere llevar al despeñadero, siguiendo los modelos fallidos de Cuba, Venezuela y Nicaragua. 

 

Ahora sí es verdad que el país necesita un verdadero “cambio” para volver a la dignidad de principios y valores fundamentales que nos identifican como nación, como población y como estado de derecho constitucional.


Fotografía cortesía de Caliescribe.com

Comentarios

Entradas populares de este blog

El desplome del alcalde Eder

Fundación Valle del Lili; orgullo vallecaucano

Miguel Uribe Turbay 1986-2025