Colombianos de bien
Era un hombre bonachón, de aguda
inteligencia, buenas maneras, criado entre cañaduzales y dulce aroma de
trapiche panelero. Agrónomo de profesión
y campesino por convicción, había desempeñado laudable labor en la entidad
ambiental regional y posteriormente encargado de compra de cosechas e importación
de granos para una multinacional aceitera. Retirado ya, se dedicaba
apasionadamente a cultivar el campo.
Un asoleado día de Agosto, hace catorce años,
llegando a su finca del sur del departamento del Valle del Cauca, fue emboscado
por un grupo subversivo anunciando su secuestro. Se habían camuflado por horas
en improvisado cambuche en el cañaduzal, esperando consumar otro delito en el
cruento, absurdo e inútil conflicto que Colombia libraba.
Sabía cómo actuaría y enfrentó valientemente
sus secuestradores. En el cruce de disparos fue herido mortalmente y tendido
impotentemente boca abajo en el piso del callejón cañero recibió el cobarde
impacto de gracia perpetrado por los crueles asesinos que segaron su vida.
Murió valerosamente como el mismo lo había
vaticinado. Siguió el ejemplo de otros hombres dedicados al campo, que como él,
prefirieron enfrentarse a los guerrilleros, antes que permitir la más horrenda
y humillante violación humana, la privación de libertad, secuestro y extorsión.
Los integrantes de la célula guerrillera, que azotaba la región, huyeron
cobardemente, dejando en total desolación su familia, allegados, colegas y
amigos de este incansable e inocente hombre de bien.
Su crimen, como el de cientos de miles
compatriotas, quedó en la impunidad.
Hoy se anuncia el fin del conflicto, que solo
muertes alcanzó. La refrendación de los acuerdos firmados, a través de un
plebiscito de una sola pregunta, de absurda y capciosa interrogación, es un
ultraje a los inocentes colombianos de bien que fueron vilmente asesinados por
balas subversivas.
Los acuerdos, firmados en la Habana, entre el
gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC-EP, celebrados pomposamente en
diversos eventos, captando la frívola atención mediática, nacional e
internacional otorgan incalculables beneficios a los verdugos de la pacífica
convivencia colombiana, eximidos de condenas por atroces crímenes cometidos. La
jurisdicción se entrega a instancias extranjeras simpatizantes, alejadas del
medio siglo de conflicto y sufrimiento de la población civil.
La desmovilización y dejación de armas, del
cansado y agotado ejército del pueblo, previsto en los acuerdos, no garantiza la
entrega y desarme total de otras bandas criminales terroristas que aun
sobreviven. Tampoco es clara la actuación de las autoridades, de seguridad y
judicial, frente al multimillonario negocio del narcotráfico, hoy convertido en
baluarte económico de las FARC.
Las facultades que se entregarían al
Presidente para incorporar los acuerdos a la constitución, sin debate parlamentario,
es una transmisión de poder antidemocrática, que tan solo fortalece al naciente
partido político y su lucha por el poder.
La campaña por el SI del plebiscito, financiada
con recursos del erario, liderada por burócratas estatales, defendiendo sus
propios intereses y puestos, más que ideología de nación prospera, parece
alejada de la realidad vivida por quienes perdimos seres queridos.
Votar NO, no es una acto de guerra, como se
ha querido distorsionar. Es el anhelo y deseo de querer una paz equilibrada,
sin entrega de soberanía y derechos constitucionales, logrados y luchados
democráticamente, y que nos identifica como bastión republicano continental.
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