Después de la pandemia el regreso al "civismo caleño" es función de todos


Los Juegos Panamericanos, celebrados en 1971 en Cali, imprimieron un sello de orgullo y responsabilidad ciudadana que llevaron la ciudad a convertirse en paraíso urbano. 

Las obras físicas de escenarios deportivos, anillos viales, la nueva sede de Meléndez de la Universidad del Valle, utilizada como sede residencial de los deportistas nombrada “Villa Panamericana” y un sinnúmero de edificios modernos transformaron la ciudad.  

En la década de los setenta, durante los periodos de los alcaldes Carlos Holguín, José Vicente Borrero, Alfredo Carvajal, Ernesto González y Rodrigo Escobar Navia, la ciudad aprovechó ese fervor y orgullo convirtiéndose en la ciudad más cívica de Colombia.

Los usuarios del transporte público convencional hacían fila para abordar el bus. Los conductores respetaban las señales de tránsito. El recién creado cuerpo de “guardas bachilleres”, apodados “kokorikos”, por su similar color de uniforme a esa marca de restaurantes, gozaban de profundo respeto de la ciudadanía. Los ciudadanos no consentían arrojar basuras en la calle y el barrido de sus calles enlucía una limpieza urbana sin igual. 

Las Empresas Municipales prestaban excelente servicio de acueducto, alcantarillado, telefonía y energía, convirtiéndose en modelo empresarial en Colombia. El sector salud fue catalogado como ejemplo nacional. La educación era orgullo y la creación de parques recreativos, apoyados por el sector privado, generaba espacios de sano esparcimiento a la población.

Lamentables catástrofes de la naturaleza azotaron el litoral pacífico. La guerrilla de las FARC se apoderaba de zonas rurales de departamentos vecinos. Hechos, aunque aislados, generaron, en la década de los ochenta, éxodo masivo de esas zonas. La población desplazada buscó refugio en la ciudad, creando asentamientos subnormales de invasión en ladera y en el distrito de riego urbano, conocido como “Agua blanca”. El incipiente narcotráfico creaba sus propios ejércitos armados, cultivando cultura del dinero fácil, pandillaje y creación de bandas criminales, atractivo singular para la empobrecida juventud desplazada.

El civismo y autoridad cedió terreno hacia la ilegalidad, la informalidad, convirtiendo en realidad la teoría del Darwinismo Social; “la ley del más fuerte”.

El país, departamentos, ciudades y sus gobernantes, elegidos por voto popular, e instituciones fueron inferiores al reto de imponer la autoridad que el cambio requería. La corrupción se apoderó de la institucionalidad y la anarquía empezó su reinado del “oscurantismo social”.

La falta de autoridad, efectiva judicialización de infractores y “saludos de bandera” de entes de control fiscal, disciplinario y penal, se incrustaron en la sociedad, convirtiendo hechos delictivos en permisividad aceptada.

Es función del alcalde ejercer, hacer respetar e imponer autoridad municipal de normas, reglas y leyes. Licencias de construcciones mal concebidas, invasión del espacio público, infracciones de tránsito, amañados abusos de incumplimiento de contratistas de obras públicas e irrespeto por normas de convivencia son temas de inmediata gestión.

El malgasto del erario no puede desviar exiguos recursos requeridos para la reactivación económica de la post pandemia, ahora que se atraviesa por el más letal de los ciclos del COVID.

Regresar al civismo, al prístino manejo fiscal y a una sana cultura ciudadana, requiere mano fuerte y autoridad.

 

Comentarios

  1. La radiografía que haces de Cali, esa fué la que conocí hace 40 años de vivir en esta bella ciudad que la considero mía había cultura ciudadana, una ética y unos valores que era la envidia de otras ciudades, Emcali, era mejor que la empresa de Medellín y Bogotá. Hoy en día impera la inseguridad y corrupción, para volver hacer los de antes y mejor, se debería educar desde el hogar, luego en escuelas y colegios dictar la cátedra de ética y urbanidad. Sacar a tantos políticos corruptos, y sobretodo que impere la justicia, depende de todos el esfuerzo

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