La dulce tradición caleña de las macetas

 


A mediados del siglo pasado Cali apenas alcanzaba una población de 300 mil habitantes. Vivíamos en la casa de los abuelos en el colonial barrio de La Merced, a media cuadra de la Torre Mudéjar de San Francisco, la capilla de la Inmaculada y el edificio republicano de la Gobernación del Valle. Las casas de bareque y aleros altos daban sombra permanente a las estrechas calles coloniales permitiendo frescura en las épocas calurosas y protegían al caminante de los aguaceros en la estacionalidad de lluvias.

 

https://guillermoulloatenorio.blogspot.com/2020/04/remembranzas-de-cali-viejo.html

 

Era una tradición caleña celebrar el día de San Pedro y San Pablo. Para ese día los padrinos de bautizo regalaban a sus ahijados un pequeño palo de maguey decorado con figurines de alfeñique de dulce blanco. La mayoría parecían caballitos de mar entorchados en el palo que los sostenían, decorados con dos puntos azules semejando sus ojos y una cresta de papelillo rojo, amarillo o azul. También se encontraba en el árbol otras figuras como la piña y la paloma, que eran las de mayor tamaño, coronado el palo con el colorido ringlete o mariposa de papel.

 

Después de ver pasar la procesión de los curas franciscanos del Santísimo Sacramento en frente de la casa, la abuela María, a quien cariñosamente llamábamos “Mamámaría”, nos llevaba a todos, al barrio de artesanos de la colina de San Antonio, a la casa de las Otero para encargar los arbolitos decorados conocidos con el nombre de macetas.

 

Subíamos las empinadas calles. Corríamos y jugueteábamos bajo los aleros de las aceras con entusiasmo infantil de dar el alegre paseo, escuchando el permanente regaño de la abuela para no bajar a la calle vehicular. Al llegar a la casa de las artesanas, escuchábamos a la abuela negociar cantidades de macetas que ella requería para sus ahijados, nietos, hijos de sus empleadas, y otras que familiares habían encargado. Al final seguía lo mejor. De las manos embadurnadas de azúcar de las Otero, hijas de Sixta, nos daban a degustar la dulzura de algunos trozos de azúcar blanca, que extasiados comíamos con frenesí.

 

Contaba la abuela que la tradición se la atribuía a la esclava liberada Dorotea Sánchez. Cien años antes, a mediados del siglo diecinueve, al no poder darle un regalo a sus hijos gemelos, y en cercanía del Día de los Santos Pedro y Pablo, rogó al Señor la iluminara para preparar algún manjar con tan solo azúcar y agua, los únicos ingredientes con los cuales contaba. Dorotea se puso a la tarea de preparar los dulces, y con sencilla creatividad, dispuso que los alfeñiques se sostuvieran sobre la suavidad de un trozo de árbol de maguey.


Así nació la tradición, o mejor dicho el mito, del festival de las macetas que se celebra cada año en las fiestas de San Pedro y San Pablo, al final del mes de junio.

 

En 2013, la tradición fue declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de Colombia, consolidando a Cali como la sede del evento cultural artístico de cientos de pequeños artesanos que elaboran el dulce manjar. La Alcaldía, asociaciones cívicas lideradas por la Sociedad de Mejoras Públicas y gremios han venido fomentando e incentivando las expresiones artísticas derivadas de esta expresión cultural, convirtiéndose, poco a poco, en hito de identidad caleña, como es la Salsa. Las macetas de cerámica artesanal son apetecido souvenir artístico de la tradición, el barrio y por supuesto la ciudad. La comunicadora Julieth Páramo Pupiales, en su obra “Dulces y Artesanos”, rinde bello homenaje a la centenaria tradición.

 

A todos los padrinos y ahijados, a mis dos ahijadas María Isabel, deseo una dulce celebración del Dia de Las Macetas.

 

Foto y logo cortesía Macetas Cali

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