El delirante populismo de Petro
Colombia sin chequera petrolera, como
Venezuela, se convertiría en la Cuba del siglo XXI.
Rebelde, revoltoso e inquieto, integró el
grupo guerrillero M-19.
Participó activamente en las acciones
terroristas y delictivas del M-19 y por ello fue privado de libertad por porte
ilegal de armas. No obstante, como uno de los cabecillas del grupo, logró
incorporarse en las negociaciones de paz del gobierno con el grupo alzado en
armas, convirtiéndose en vocero democrático del naciente partido. Su carrera
política, de casi treinta años, lo ha llevado de personero en Zipaquira, Representante a la Cámara, Senador de la Republica y Alcalde de Bogotá,
logrados electoralmente en representación de la izquierda colombiana,
conquistando un circunspecto e incauto electorado con su facilidad discursiva y
promesas incumplidas de cambios estructurales.
Ahora en campaña por la Presidencia de la
Republica, con elocuente oratoria, facilidad de comunicar abstractos en
lenguaje popular, utiliza el polarizante y populista discurso de ricos y
pobres.
Promete, como lo hizo en campaña para la
Alcaldía de Bogotá, gratuidad en educación, salud, alimentación escolar,
servicio público de agua, subsidios, reformas en lo agrario, en minería
extractiva y medio ambiente, ofrecimientos que sabe no cumplirá, por la
complejidad legislativa y administrativa que ello conlleva, sin importarle sea
descalificado por el desgreño administrativo, desorden y retroceso de su Alcaldía.
Ideológicamente pregona el discurso
socializante del castrochavismo del siglo XXI, modelo de desarrollo socio
económico fundamentado en la estatización del aparato productivo, con altos
subsidios a la población, lo cual ha llevado a Venezuela a su inviabilidad,
miseria y pobreza absoluta.
Cambiar la estructura económica del petróleo
y minería extractiva, aduciendo razones medio ambientales, por cultivo de
aguacate limita con lo absurdo. Expropiar, confiscar o eventualmente comprar
tierras y complejos agroindustriales, con emisión de títulos que jamás podrán
ser monetizados, para democratizar la tenencia de la tierra, sin garantizar un
desarrollo económico y financiero y un milagro agrario es utópico.
No menciona el candidato que en Colombia el
40% de la tierra esta asignada, desde hace más de dos décadas, a comunidades
indígenas, colectivos campesinos y afrodescendientes, sin que esa tenencia
obtenga réditos de desarrollo social, económico y potencialidad agraria, como
engañosamente pretende proyectar.
Ahuyentar la inversión privada, nacional y
extranjera, generadora de empleo formal y contribuyente fiscal, aduciendo
nacionalismo, en un mundo globalizado es suicidamente alejado de la realidad.
Colombia sin chequera petrolera, como
Venezuela, se convertiría en la Cuba del siglo XXI.
La nación se postraría como la sub
desarrollada nación caribeña, aislada del mundo, entregada a mendigar e intercambiar ideología
izquierdista por subsidios económicos para sobrevivir, como los recibió Cuba de
la Unión Soviética y China, bastiones de la guerra fría de lucha por poder
global, y más recientemente Venezuela con el místico sueño libertario de Hugo Chávez.
No estamos enfrentados a la incompetencia,
inopia e ignorancia de un candidato. Gustavo Petro, sin importar el futuro del
país, ilusiona su idilio de ser el sucesor de una pretérita ideología
continental, aprovechando la ingenuidad de un electorado que le sirve
fanáticamente a su estrategia electoral.
Nos enfrentamos al egocentrismo, codicia y
ambición de un ególatra delirante por poder.
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