El plebiscito que unió una nación
Fue una jornada histórica. Triunfó la
democracia. Triunfó la institucionalidad de una nación soberana. Triunfaron los
principios y valores de una población culta e inteligente manifestando madurez
y conciencia demócrata.
Ese memorable día salimos millones de
compatriotas a votar manifestando claramente nuestra decisiva voluntad de paz
poniendo fin a décadas del cruento, violento, absurdo e innecesario conflicto
que los colombianos rechazamos.
El despliegue de sometimiento, a un pueblo
que anhela convivencia pacífica, en el bochornoso, excluyente y apresurado
evento de Cartagena, con participación de líderes mundiales, prendió las
alarmas de la conciencia colectiva de la población.
La arrogancia, triunfalismo y soberbia de los
negociadores de ambos bandos, fue recibida como bofetada hacia el constituyente
primario, a quien el mismo acuerdo y corte constitucional habían concedido
poder decisorio y fundamento democrático convocando al voto popular.
El plebiscito, como instrumento de
refrendación, fue puesto a prueba. El votante destapó el cañazo del avezado
jugador de póquer. La mano de “par de jotas” con que pretendió se jugará el
futuro del país tuvo que ser recogida ante la mirada y tristeza impávida del
jugador y sus inmediatos seguidores.
A la victoria del NO en el plebiscito, aunque
por estrecho margen escrutado en las urnas, debe sumarse la abstención de
ciudadanos que, no obstante la multimillonaria pauta propagandista e imposición
de votar afirmativamente a funcionarios públicos, no salieron a votar
expresando silenciosamente su negativa a un acuerdo final que celadamente se
mantuvo en reserva durante años de negociación.
Ahora la nación, el gobierno y los grupos
alzados en armas deben cimentar bases para una verdadera paz estable y
duradera. Esta vez sin pretensiones de cambios ideológicos constitucionales
contenidos en el enterrado acuerdo de paz y sin creación de tribunales
paraestatales que suplantan los poderes esenciales e institucional de la
democracia nacional; el ejecutivo, legislativo y judicial.
Los proyectos rurales y urbanos de la
desmovilización deben ser aterrizados a la realidad, presupuesto y capacidad
fiscal de la nación, sin imposibles que posteriormente sean calificados de
engaño. Deben brindar oportunidad de incorporación al puñado de milicianos,
guerrilleros y todos los actores y desplazados del conflicto desmovilizados a
la sociedad civil existente en condiciones igualitarias y sin predilección
alguna.
La reactivación de la economía rural no debe
basarse sobre la tenencia de la tierra, equivocadamente inspirada en el
espíritu de la propiedad colectiva, sino sobre la posibilidad del desarrollo de
la frontera agropecuaria ante la incalculable oportunidad de abastecer la
creciente población global.
El plebiscito, más allá del resultado
electoral, logró unir una nación en torno a la ansiada paz y su desarrollo
económico sostenible.
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